“Yo
les enviaré, desde el Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre. Este
intercesor, cuando venga, presentará mi defensa. Y ustedes también hablarán en
mi favor, pues han estado conmigo desde el principio” (JN. 15, 26-27)
No
podemos separar al Padre del Hijo, no podemos separar al Espíritu Santo del Padre,
ni del Hijo.
En
Dios hay comunión entre las tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
Por
lo tanto, toda acción la realiza en comunión íntima el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.
Un
ejemplo sencillo puede ser útil para entender un poco más esto de la comunión
de las Tres divinas personas:
Si
yo quiero mover una maceta de la sala al comedor ¿podré moverla únicamente con
las manos?, de ninguna manera, eso es imposible, tendrá forzosamente que
intervenir todo el cuerpo, pues las manos están íntimamente unidas al cuerpo,
no puedo cortarlas, realizar la acción y luego ponerlas donde estaban.
Algo
parecido ocurre con las tres personas divinas, al Padre se le atribuye la
creación, al Hijo la redención y al Espíritu Santo la santificación, pero los
tres intervienen en toda acción. Por la comunión trinitaria es imposible
separarlos en el momento de la acción, todo acto lo realiza Dios que es Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
Desde
nuestro bautismo fuimos marcados con el sello de pertenencia a las tres divinas
personas.
Yo
te bautizo en el nombre del Padre…
Desde
ese momento somos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, templos y amigos del
Espíritu Santo, por tanto, herederos de cielo.
Este
regalo incomparable que recibimos en el bautismo nos da la gracia y la
posibilidad de ser familiares de Dios.
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