domingo, 31 de marzo de 2013

NECESIDAD DE DIOS


Con toda seguridad podemos afirmar que el hombre necesita de Dios y el primer paso para encontrarse con Él es conocerle.
Pero… debe ser difícil conocer a Dios.
Viene siempre el pero, pretexto que inventa el hombre para justificarse.
Cierto que Dios es infinitamente grande y poderoso, en  esto consiste su grandeza que siendo grande se hace pequeño para que los pequeños puedan poseerle dentro de su pequeñez.
¿Dónde empezar a conocer a Dios?

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A Dios se le empieza a conocer en la segunda persona de la Santísima Trinidad que es Jesucristo.
Los humanos necesitamos ver algo concreto que nos lleve a descubrir lo secreto, lo oculto y lo invisible.
Por eso fijamos nuestra mirada en la promesa que hace Dios en el jardín del edén de enviar al Salvador, desde el inicio de la Historia de la Salvación.
Y aquella palabra- promesa se encarna en el vientre virginal de María.
 Al contemplar este misterio de la Encarnación del Hijo de Dios no puede quedar lugar para la duda en relación al amor que Dios nos tiene y también sobre la existencia de Dios.
Quién, que no ame, quiere hacer lo que hizo Él, viviendo la gloria completa, teniéndolo todo, habitando en las alturas mira al hombre humillado e imposibilitado, siente compasión por él y movido por el amor toma condición humanan para poder personalmente convivir con el hombre, mostrarle todos los tesoros de su Corazón y enseñarle a vivir como hijo de Dios con la sabiduría que proviene del Espíritu.
El que es grande se hace pequeño, se iguala al hombre, cuanta ternura; se desborda nuestro corazón al contemplarlo tan puro, tan indefenso,  tan hermoso; en los brazos de la madre duerme tranquilo el Dios hecho niño, el que con su Luz venció las tinieblas de la noche se presenta pobre en el portal de Belén y en esa apariencia oculta su divinidad para que sin temor podamos adorarle. En la humildad del pesebre nos enseña cuán grande es su amor, pues lo mismo ofrece al justo y al pecador, se ofrece Él mismo.
Fue creciendo en sabiduría y gracia,  encargándose de las cosas de su Padre la obediencia  practicó,  siendo su alimento hacer en todo la voluntad de quién lo envió.
Con sus tiernas manos el trabajo realizó, junto con José su padre el oficio de carpintero aprendió, mientras el serrucho  deslizó, a amar el trabajo nos enseñó. Moviendo las herramientas de trabajo deja salir de su enamorado Corazón suspiros amorosos, que como mensajes llegan al que vigilante aguarda en espera del Amor.
Que decir de su vida pública, no hizo otra cosa que amar y demostrar su amor.
¿A quién se acerca?, ¿en quién deposita su amor y misericordia?
Es evidente su preferencia por los necesitados, por los que carecen de algo, o mejor dicho los que reconocen que tienen necesidad de Él.
El ciego:    “Jesús hijo de David, ten compasión de mi”. (Mc. 10,45)
El leproso:    “Señor si quieres puedes limpiarme”. (Lc. 5,12)
Jairo:   Cayendo a los pies de Jesús le suplicaba que fuera a su casa porque tenía una hija única de unos  doce años que se estaba muriendo. (Lc. 8,42)
Acoge a los pecadores, los busca porque ha venido para  llamar a los pecadores e invitarlos a la conversión.
La mujer pecadora al enterarse que Jesús estaba en la casa del fariseo, compró un perfume y entrando se puso de pie detrás de Jesús, allí se puso a llorar junto a sus pies, los seco con sus cabellos, se los cubrió de besos y los ungió con el perfume. Ante la confusión de los presentes por la actitud bondadosa de Jesús para con una pecadora, le dice a la mujer: “tus pecados te quedan perdonados”. A quién mucho ama, mucho se le perdona.
 Leví:    Vio a un cobrador de impuestos llamado Leví;  Jesús le dijo: “sígueme” y Leví dejando todo se levantó y los siguió.     (Lc. 5,27-28)
En los evangelios podemos comprobar su constante amor para todo el que lo busca, su compasión y su poder, pues ninguno que ante Él se presente regresa como llegó, Jesús haciendo derroche de amor, sana, transforma, libera, sacia el hambre y la sed del hombre.
La multiplicación de los panes: “Me da pena esta gente, hace tres días que se quedan conmigo y ahora no tienen qué comer. Si los mando a sus casas desfallecerán por el camino, pues algunos han venido de lejos” (Mc. 8, 2-3)
Jesús y la samaritana: Jesús le contestó: “El que beba de ésta agua volverá a tener sed; en cambio, el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed. El agua que yo le daré se hará en el manantial de agua que brotará para la vida eterna” (Jn. 4, 3-14)
Es indispensable conocer a Dios para poder creer en Él, ya que por la fe se obtienen grandes cosas.

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Jesús sana a una pagana: Ante la insistencia de la mujer Jesús le contestó: “Mujer, ¡Qué grande es tu fe! Que se cumpla tu deseo. Y en ese momento quedó sana su hija. (Mt. 15,28)
La fe del centurión: Se le presentó un capitán que le suplicaba: “Señor, mi muchacho está en cama, totalmente paralizado y sufre terriblemente”. Jesús dijo: “Yo iré a sanarlo”. Contestó el capitán: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Di una palabra solamente y mi sirviente sanará”. Jesús se maravilló al oírlo y dijo a los que le seguían: “En verdad no he encontrado fe tan grande en el pueblo de Israel” (Mt. 7, 5,10)
Estos pocos ejemplos nos dan a conocer la excesiva bondad de Jesús para cuantos se acercan a Él. Profundizando más en el conocimiento de su persona nos daremos cuenta del gozo que le causa el practicar ilimitadamente su misericordia.
Y si hubiera un corazón tan duro como una piedra que nada de esto le lleve a descubrir cuanto no ama el Señor, para él será suficiente penetrar en los misterios de la muerte y resurrección de Cristo para que al calor del fuego abrasador de Jesús, primero agonizante y después resucitado, queme todas sus inmundicias y destruya las barreras que le impiden creer y amar a nuestro único y verdadero Dios

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